El consumo de datos espaciales se ha complicado. De la simple lectura de un mapa se ha pasado a un complejo proceso en el que el usuario debe tomar múltiples decisiones y disponer de una cierta cultura sobre cartografía digital A la postre este nuevo consumo acaban provocando cierta insatisfacción. Sin ánimo de ser exhaustivos y a modo de ejemplo algunas de las cuestiones que suelen formular los consumidores de datos espaciales desde su experiencia de uso de la cartografía digital son:
- ¿Existen los mapas o los datos qué necesito?, ¿donde se encuentran?
- ¿En que formato están disponibles? , los puedo usar directamente en mis dispositivos o programas o tengo que transformarlos
- ¿Que calidad tienen los datos?
- ¿Los puedo reutilizar?
- ¿Están actualizados?, ¿Qué fecha tienen?
- ¿Puedo realizar mediciones de distancia o superficie sobre ellos?, ¿que proyección tienen?
- ¿Cual es la fuente que usan?
- ¿Quien es su autor?
- y en materia de cartografía administrativa, las cuestiones social entre el desconocimiento del efecto jurídico que tienen, ¿por qué no siempre coinciden?
Ante estas cuestiones podría imaginarse que las IDE, en una concepción amplia de las mismas, solucionarían automáticamente este problema al ser las grandes ventanas abiertas al mundo del pensamiento geoespacial. De manera concreta se pensó que la segmentación en la producción cartográfica, la agregación de contenidos promovida en los geoportales y los metadatos disponibles en Internet autorregularían este mercado en un ecosistema estable de producción y consumo de geoinformación.
La aparición de nuevas aplicaciones, tecnologías y conjuntos de datos, espaciales provocaría una competencia, tanto dentro de las IDE públicas como de las IDE privadas, y convergerían en una especie de evolución donde la selección natural del mercado haría que los productos cartográficos mas adaptados triunfarían. Estas fuerzas bastarían para hacer el consumo de mapas y datos espaciales mas satisfactorio. Sin embargo este mercado idealizado ha hecho aguas y el consumidor de geoinformación tiene que hacer frente a nuevos retos donde antes le bastaba con comprar, mirar y en ocasiones pintar en un mapa en papel.
Podría pensarse que los desafíos que tiene que abordar el consumidor de datos espaciales de principios del siglo XXI son muy dispares en función del tipo de problema que desee solucionar gracias a los geodatos. Tenemos usuarios ligeros que solo desean consultar una localización, realizar una sencilla navegación o una simple medición y consumidores pesados que requieren de una mayor nivel de geoprocesamiento para obtener sus respuesta, como las derivadas del geomarketing o le trazado de caminos óptimos entre otros. Sin embargo todos los usuarios comparten en cierta medida el mismo desafío:Aprender a navegar en la economía de la abundancia
Hay mas datos espaciales, mas aplicaciones y más plataformas que nunca. Las nuevas tecnologías de los sistemas de Información Geográfica lanzan al consumidor al mundo de la instalación, configuración, mantenimiento y reconocimiento del conjunto de datos. EL usuario ha ganado la posibilidad de elegir, lo cual le da libertad, pero al precio de obligarlos a gastar su tiempo y a disponer de una formación geoespacial no siempre fácil de conseguir y la que no siempre están dispuestos. Al fin y al cabo cuando compran o usan un coche o una lavadora no se les exige el mismo esfuerzo.
1. Elección de la plataforma. Google maps, google earth, Open street maps, Ikimaps, arcgis, gvsig ,touche, son sólo algunas de los cientos de plataformas existentes hoy en día. A su vez disponemos de aplicaciones de escritorio, aplicaciones en la geonube. Al fin y al cabo más decisiones. A su vez los datos nos los sirven en múltiples visores, cada uno tiene sus herramientas, opciones y utilidades. Es difícil no acabar aturdido frente a toda esta pléyade de herramientas, que lanzan al consumidor a una experiencia un tanto ingrata. Al final el boca a boca, los primeros resultados ofrecidos por los buscadores en Internet o una autoformación laboriosa, son los tres caminos más habituales que tiene disponibles el consumidor de datos espaciales para saber cual es la más adecuada al problema que quiere resolver.
2. Elección del conjunto de datos. Tenemos disponibles mas datos espaciales que nunca pero estamos aún lejos de que estén preparados para un consumo fácil. De cartografía básica y callejeros hay datos recurrentes, para los que algunos autores auguraron proféticamente una era de duelo de bases de datos espaciales, a la que ya que ya estamos asistiendo. A la vez tenemos otros datos de difícil acceso y localización, y un tercer grupo que está en un estado muy incipiente como para ser usados.
3. Elección del sistema de almacenamiento. Las estadísticas sobre el uso de Internet apuntan a que la consulta sobre un callejero con puntos de interés es la utilización mayoritaria que se hace de los datos espaciales por el gran público. Incluso en esta sencilla operación de consumo de geoinformación surge la necesidad de guardar la consulta para un uso posterior, en ocasiones ubicuo, o dirigirla a otra dispositivo. Esta nueva necesidad implican no solo la elección de un sitio accesible donde almacenar esa información sino también invertir tiempo en tareas administrativas para gestionar esos archivos y poder volver a emplearlos.
4. Elección del formato de ficheros. ¿Ha intentado utilizar sus propios datos en un dispositivo gps?. Aunque se ha avanzado mucho en la transformación entre formatos de ficheros la elección de formatos y su manipulación sigue siendo una tarea ineludible en cuanto se requiere algo mas que una localización . En ocasiones los formatos vienen impuestos por la plataforma y se da la paradoja de que ni el escolar tiene disponible un mapa en fichero jpg para ilustrar su trabajo o el profesional gis no dispone de un fichero shp.
En definitiva se lanza al consumidor a elegir, elegir, elegir y elegir alejándole de su pretensión de resolver un problema utilizando datos espaciales.
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